Dylan J. Pereira

    El 9 de agosto tuvieron lugar elecciones presidenciales en Bielorrusia, controvertido proceso marcado por la tensión de los comicios desde la campaña, donde la Comisión Electoral impidió concurrir a los principales candidatos opositores, Babariko y Tijanovski, quienes fueron arrestados, pero el diplomático Tsepkalo quedó en libertad.

    Dylan J. Pereira
    Dylan J. Pereira

    La frustrada candidatura del activista y bloguero en YouTube Tijanovski fue asumida por su esposa, quien hoy lidera el Consejo de la Transición: Svetlana Tikhanovskayaen; pero, ¿hay realmente una transición en marcha desde el corazón de Minsk?, ¿en qué punto estamos? ¿quiénes son los protagonistas de las protestas? ¿cuál es el papel del “último dictador de Europa? ¿existe un componente geoestratégico? ¿se vive un debilitamiento del “contrato social” entre las élites de la etapa post-soviética y la población? El escritor bielorruso Martinóvich asevera vivir un momento «como la caída del Muro de Berlín», pero hemos de dilucidar muy de cerca esta aseveración.

    Siguiendo el criterio de Linz, Minsk se puede clasificar como un “régimen autoritario estatista orgánico” liderado desde hacía 26 años por Aleksandr Lukashenko, cuyo papel geopolítico en la región es clave. En los últimos años, y en particular en los últimos meses ha reinado una atmósfera enferma para el desarrollo de un Estado democrático y de derecho, respetuoso de las libertades fundamentales, y los derechos humanos en su amplio espectro; las claves: un superestado que todo lo impregna, que empieza a hipertrofiarse; el estatismo económico, que desemboca hoy en una profunda crisis económica y financiera; la censura comunicacional; la represión y un delicado balance de intereses geopolíticos regionales y mundiales como vector de una política exterior propia de un “Estado tapón” como lo es Bielorrusia. Algunos análisis aseveran que la crisis del coronavirus ha supuesto para Minsk lo que Chernóbil fue para la Unión Soviética, desencadenando una profunda crisis en el sistema político bielorruso, que hoy, con un muy controvertido manejo de la pandemia, evidencia que no sólo es incapaz de seguir respondiendo a las crecientes demandas de los actores, sino que pone en riesgo la vida de sus ciudadanos.

    Es primario atender a las exigencias y rigurosidad de la ciencia política al momento de enmarcar de forma objetiva los hechos que se suscitan hoy en el “pequeño gran amigo de Putin”.

    Es innegable la gestación de un proceso político complejo y en constante evolución; sin embargo, no existe evidencia de un proceso de “liberación” por parte del régimen de Aleksandr Lukashenko, siguiendo el criterio de O’Donnell y Schmitter (1988) entendida como “la etapa inicial de toda transición consistente en el proceso donde se vuelven efectivos  ciertos derechos de los individuos y grupos sociales ante los actos arbitrarios e ilegales cometidos por el Estado”; en su última aparición televisada, Lukashenko posaba ataviado por un chaleco antibalas y un rifle de asalto, mientras la KGB bielorrusa reprimía violentamente a los manifestantes en la Plaza de la Independencia, pese a los llamados reiterados de la Unión Europea y otros miembros de la Comunidad Internacional

    En el caso bielorruso resulta más apropiado seguir el marco teórico propuesto por el pensador, sociólogo y economista alemán Alexander Rustow (1970), quien presenta tres fases de la transición política inter conectadas y sucesivas, a saber, Fase preparatoria;  Fase decisoria; Fase de habituación. Sustentado en la evidencia antes expuesta, consideramos legítimo afirmar que Bielorrusia se encuentra hoy en una fase preparatoria; se ha entablado una lucha política, donde las protestas masivas ascendentes y progresivas, que en definitiva cumple con el criterio de Rustow de ser un movimiento de masas de la clase más baja, liderado por disidentes de una clase superior, son los protagonistas, que apuntan a la convergencia de diversos actores en torno al ideal de una transición hacia la democracia; esto ha obligado a las “élites” que lideran las diversas facciones de la oposición a cohabitar y reunirse en torno al Consejo de Transición, que pese a las exigencias de la situación del momento presente persiste la polarización, no sólo régimen-oposición, sino a lo interno de la coalición opositora, que pese al Consejo de la Transición y la convocatoria a los diversos sectores de la sociedad no unifican ni el discurso ni el método, requisitos sine qua non para que Bielorrusia avance hacia las fases subsiguientes, dejando a un lado la ambigüedad propia de esta fase, y realmente consolidar una coalición  opositora como una alternativa capaz, coherente y legítima para realizar una transferencia efectiva  del poder desde el régimen autoritario, adquiriendo la credibilidad necesaria ante los actores internacionales interesados en apoyar la transición y superar las  divisiones de los distintos grupos de la oposición, como ya lo ha demostrado la Unión Europea.

    La actual crisis política en Bielorrusia tiene una gran trascendencia geoestratégica por la posición central que ocupa dicho país en Europa; Bielorrusia es como hemos mencionado un ejemplo perfecto de estado tapón en los complejos hilos de la política internacional. Tras la disolución de la Unión Soviética, Bielorrusia ha tratado de combinar la fuerte vinculación que tiene con Rusia con una política exterior lo más independiente posible; sin embargo, la estrecha cooperación entre Moscú y Minsk se desarrolla en asistencia política, financiera, técnica y militar; pese a esto Aleksandr Lukashenko no ha descuidado sus relaciones con Occidente; es de hacer notar la posición geopolítica de Bielorrusia: es una ruta importante para sus vecinos miembros de la UE y la OTAN, como Lituania, Letonia o Polonia: «Y por su territorio pasan oleoductos por los cuales Europa se nutre de petróleo ruso. Por lo tanto, lo que ocurra en Bielorrusia es clave para la seguridad militar, estratégica, política y económica tanto de Rusia como de la Unión Europea.

    La metodología de los protestantes se asemeja a los manuales con 198 métodos de lucha no violenta propuestos por el norteamericano Gene Sharp “el escritor que tumba dictaduras con libros” a quien se le atribuye ser la inspiración y autor intelectual de transiciones en el mundo entero; lo que nos hace desconfiar si el futuro de las protestas se asemeje a una “Revolución de los Colores” a imagen y semejanza de Ucrania, Armenia o Hong Kong, es que existen diferencias fundamentales entre, por ejemplo el caso de Ucrania en 2014, y Bielorrusia 2020; Minsk es tal vez, uno de los últimos lugares del mundo  donde la URSS parece que nunca cayó: se preserva la iconografía de los héroes soviéticos y efemérides gloriosas de una época que la élite post-soviética bielorrusa aún aspira de forma bucólica, pero que la juventud contemporánea cuestiona y condena; la economía sigue estatizada; el ruso es en términos prácticos la lengua nacional, reservando el dialecto local a un simple formalismo; todo esto gobernado por el único parlamentario bielorruso que votó en contra de la disolución de la URSS; es decir en términos prácticos, las protestas en Kiev eran europeístas, no sólo se aclamaba una transición hacia la democracia, sino una apertura total a los valores y sistema europeo; por su parte Bielorrusa es prorrusa, en un sentido amplio, por lo que todo apunta al ideal de una transición de carácter nacionalista que apelará por convocar disidencias importantes, de haberlas, dentro del bureau gobernante y encabezado por Aleksandr Lukashenko

    La oposición hoy se reúne en torno al precipitado liderazgo de Svetlana Tijanóvskaya, hoy exiliada en Lituania, desde donde reclama el triunfo en las elecciones presidenciales del 9 de agosto de 2020. La Unión Europea tampoco reconoce el resultado electoral según el cual Lukashenko ganó con un 80 por ciento de los votos; la Comisión Europea ha introducido una variable a la compleja dinámica: el reconocimiento internacional y la sinergia de las sanciones internacionales, de momento sólo a los funcionarios ligados al régimen que controla Minsk, acusados de violentar los derechos humanos a través de violenta represión perpetrada desde la KGB bielorrusa, que suma ya más de 7000 manifestantes detenidos así como la expulsión de la mayoría de los corresponsales de medios de comunicación social internacionales, razones por la cual la oposición ya ha presentado una demanda ante la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya contra Alexandr Lukashenko

    Para Europa, salvo excepciones como Polonia o Lituania que ya reconocen a Svetlana Tijanóvskaya como presidente (al estilo Juan Guaidó en el caso venezolano), apuesta por la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales como clave para la transición democrática.

    Un factor que podría inclinar la balanza, aunque no tenemos la seguridad, serían las sanciones de los Estados Unidos o de la Unión Europea a Bielorrusia como Estado. El país tenía dificultades financieras incluso antes de las elecciones y necesitaba pedir hasta 3.300 millones de dólares sólo en 2020 para pagar el servicio de su deuda externa, que sumado a una constante devaluación del rublo de Bielorrusia podría ser una “tormenta perfecta”.

    La pertenencia de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), podría facilitar la apertura de una mediación externa ante la imposibilidad presupuesta de una mediación entre el régimen y una oposición aún dispersa; Alemania y Francia, parecen apuntar hacia esta dirección.

    De seguir los escenarios antes descritos, se podría avizorar una transición interna proveniente del seno del propio régimen en aras de aliviar las demandas de la oposición nacional y la presión internacional, quizás transfiriendo el poder  hacia un miembro más joven del partido, hecho que no garantizaría el cese de las protestas, ya que no resuelve la raíz del problema: el clamor popular a favor de una democracia.

    Es inevitable la necesidad de considerar la opinión y accionar del Kremlin, cuya poca acción en el terreno de los hechos llama poderosamente la atención, llevando a algunos analistas a considerar que Putin observa como espectador hasta que llegue el momento de ser el líder de una eventual transición, y finalmente dejar atrás los matices de neutralidad del actual Minsk, y avanzar directamente al plan de bases militares rusas en el país y la consecuente ampliación de la zona de influencia. Pero eso parece también poco probable.

    A pesar que el régimen de Aleksandr Lukashenko está en crisis aún no se produce una situación de inestabilidad e ingobernabilidad, en la que se manifiesta una dispersión de los actores políticos, al mismo tiempo que el régimen político aparece como incapaz de otorgar gobernabilidad al sistema. Lo cierto es que hay una crisis de credibilidad en el régimen político dominante, el cual no solo es rechazado, por una parte, aparentemente mayoritaria de la ciudadanía, sino que además comienza a perder el respaldo social, político y cultural que recibía hasta hace algún tiempo.

    Autor: Dylan J. Pereira ( Diplomado en Diplomacia y Relaciones Internacionales de Academia Diplomática Euroamericana. Editor de Revista Diplomacia. Analista invitado en Brújula Internacional, Estudiante de Estudios Liberales y Economía Empresarial de la Universidad Metropolitana. Caracas, Venezuela).

    (Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de World Geostrategic Insights)

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