Por Mauricio Diagama Durán

    La famosa frase de Clausewitz, clásica en el pensamiento realista del método geopolítico, según la cual la “la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios” es cada vez más real.

    Mauricio Diagama Durán

    Sólo que hoy, en una versión simplificada, como que la guerra es la política con otros medios, parece estar siendo entendida y empleada al revés por los líderes elegidos en el mundo, es decir, como que la política es únicamente una prolongación de la violencia sistemática, el uso de la fuerza desmedida y la vulneración de las normas, con el fin de obtener resultados inmediatos y en función de intereses particulares. 

    Lo novedoso de esta visión es que muchos dirigentes nacionales, supuestamente democráticos, están empleando de manera prioritaria y sin muchas restricciones la fuerza, la violencia o las herramientas distintas a la constitución, la ley o los tratados, sin respetar o anteponer la normatividad, el diálogo, los tratados o los acuerdos institucionales existentes, es decir la política. Y, muchos opositores están usando la misma estrategia. De esta manera, la ciudadanía del mundo, que espera soluciones a sus problemas, asiste a una confrontación política, en distintas latitudes, basada en elecciones libres y en la conservación de las instituciones democráticas, pero liderada por unos dirigentes que actúan usando prioritariamente medios distintos a los normativos o el diálogo, para lograr sus propósitos.

    Y como complemento de lo anterior, esos mismos dirigentes están usando términos provenientes de la democracia liberal, pero adaptados a sus intereses particulares, como sustento de sus acciones, sobrepasando en muchas ocasiones, de manera descarada, las normas vigentes para tratar de orientar a las sociedades nacionales y la internacional. Conceptos como que el pueblo está por encima de las instituciones, la justicia es más importante que la ley, el mandato de las elecciones autoriza cualquier proyecto armado, los intereses de una nación son superiores a los de la humanidad, y muchos más, se están empleando para justificar toda suerte de acciones extralegales.  

    En esa línea, las autoridades de policía de Ecuador, orientadas por un presidente elegido democráticamente ingresan a la fuerza a la embajada mexicana a capturar a un dirigente político opositor del gobierno actual, violando todas las normas de la diplomacia y el derecho internacional, lo que condujo a una ruptura de las relaciones entre los dos países. El argumento es que la justicia está por encima de todo y que el pueblo demanda que a los corruptos se los atrape y juzgue donde y como sea.

    Ortega en Nicaragua, Bukele en El Salvador y Maduro en Venezuela, elegidos por el pueblo, llevan años usando a las instituciones democráticas para permanecer en el poder sin ningún límite, persiguiendo a sus opositores y violentando a diario, las mismas instituciones que los llevaron a sus posiciones. Además, provocando a diario a los líderes de otros países con discursos, acciones y respuestas violentas, irrespetuosas y cargadas de odio. Mientras Venezuela secuestra opositores venezolanos en otras naciones (Chile), que después aparecen muertos, el gobierno de Nicaragua los expulsa, los detiene o les decomisa sus bienes, y al mismo tiempo demanda el respeto del derecho internacional, los tratados de límites y la autonomía de los pueblos cuando se le cuestiona. Y en nombre de la seguridad interna, los dirigentes de El Salvador, China y Cuba, entre otros, tienen cárceles de terror, con miles de presos sin juzgar. 

    Mientras tanto las democracias de Argentina y Colombia, ponen en duda sus buenas relaciones comerciales por la naturaleza de sus líderes y su violencia verbal, además de querer imponer sus reformas internas sin diálogos o acuerdos previos, y los dirigentes venezolanos y los de Guayana están a punto de tener un conflicto armado por la disputa de un territorio que parece contener petróleo en su interior.

    En tercer lugar, la guerra y la violencia como premisa del poder son usadas por la dirigencia de las principales potencias con mayor frecuencia y al amparo de unos supuestos o reales derechos que les asisten. Mientras Putin, elegido y reelegido en Rusia, y Netanyahu, elegido en Israel, las emplean a diario, sacrificando miles de vidas por fuera de sus fronteras y en defensa de sus intereses territoriales y de los recursos que estos contienen, los líderes de la Europa pacífica de las últimas décadas (donde nació y se desarrolló la democracia liberal moderna), están promoviendo un aumento de las capacidades militares europeas, previendo un conflicto armado con Rusia (donde los opositores son eliminados sin problema). En ese escenario, la aceptación de nuevos países europeos en la OTAN, corriendo las fronteras de esa organización militar hacia el este, también agrega un elemento de guerra a la confrontación. 

    Además, Alemania (que ya anunció una reforma en sus estructuras militares), con Francia e Inglaterra, dirigidas por líderes elegidos democráticamente, le facilitan a Israel armamento o apoyo para continuar una operación militar desmedida hacia Gaza. Hasta parece que olvidaron que ellos son los directos responsables de las dos únicas guerras mundiales de la historia de la humanidad. 

    Por otro lado, el caso de Estados Unidos, es preocupante. A pesar de las múltiples guerras que ha promovido o desarrollado a lo ancho de la tierra, nadie está interesado en cuestionar su liderazgo basado en una industria militar sin control. El efecto además es que los miles de muertos causados, las intervenciones directas y los golpes de estado promovidos por sus gobiernos se entienden como un derecho propio que les autoriza a actuar violentamente contra aquellos que no responden a sus intereses. El caso de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón es emblemático en la historia.

    Mientras tanto, sus grandes dirigentes bloquean cualquier resolución contraria a sus objetivos o a las que perjudican a sus amigos en el Consejo de Seguridad, poseen una cárcel en territorio de la isla de Cuba donde no rigen las normas universales para el tratamiento de presos políticos y sus operaciones militares se asumen como en defensa de la humanidad. Es decir, el liderazgo norteamericano que debería impulsar la diplomacia, la cooperación económica y el desarrollo global, asumió hace rato el papel de policía del mundo. 

    Y en plano el interno, mientras algunos gobernadores violan las leyes federales sobre migración, un presidente en ejercicio pretende desconocer las elecciones que no le favorecieron y las matanzas de civiles armados dentro de su territorio, derivados de una política arcaica de porte y venta de armas, parecen no causar ningún efecto en sus propios dirigentes. Así que no es de extrañar que Trump, con todo y su accionar incendiario, irrespetuoso, agresivo, y salido de las mínimas normas de la convivencia civilizada, podría terminar siendo nuevamente presidente. 

    Y el ejemplo lleva a más violencia. 

    Mientras los dirigentes de China amenazan a Taiwán permanentemente, los de India y Pakistán hacen lo propio entre ellos. Lo mismo sucede con Japón que se une con Filipinas y Estados Unidos para defender el mar que reclama China y el liderazgo ruso pone en alerta al mundo por sus constantes amenazas de invadir a los antiguos países de la Unión Soviética. Ni que decir de las constantes inquietudes que provoca el líder de Corea del Norte, que se convirtió en un peligro latente para toda la región. 

    Y hoy, en Oriente Medio, no se sabe si los ataques sobre una sede consular en Damasco, llevarán a una gran guerra donde Irán, Siria, Líbano, Palestina y otros países, con dirigentes opuestos a la existencia de Israel, están dispuestos a acabar con su propia población, en nombre de las posturas religiosas y la posesión de los valiosos recursos históricos y naturales de la región.

    Además, en América Latina la situación no es distinta. Varios presidentes, desde hace años, están alentando con sus propuestas y comportamientos, el desprecio de la ley, la violencia y el uso de la fuerza, en las relaciones internacionales e incluso también en el plano interno, para mejorar su audiencia o conseguir objetivos particulares. Como olvidar a Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil (tratando de llegar otra vez al poder), Maduro en Venezuela o incluso a un presidente de Colombia que ordenó un ataque a una zona de un país vecino donde se encontraba un dirigente guerrillero, sin contar primero con el permiso de ese estado. 

    Así que el uso desmedido de los medios sustentados en la violencia o agresión, verbal o física, es un asunto crítico entre los dirigentes del mundo, sustentado en que muchos de sus oponentes políticos, hace rato entraron también en esa misma lógica. Debe recordarse que grupos opositores o alternativos a quienes ostentan el poder, se decidieron hace tiempo por el uso de la fuerza, algunos con violentas acciones terroristas y otros ubicados en estados distintos a las potencias, que están acudiendo a otras formas de violencia indiscriminada, para tratar de forzar el cumplimiento de sus objetivos, incluso dentro de las propias fronteras de sus países, afectando a sus propios compatriotas. Como olvidar a los palestinos de Hamas, los chechenos extremos, los miembros del estado islámico, los guerrilleros colombianos y muchos otros más en distintas regiones africanas o del medio oriente. 

    En cuarto lugar, los gobernantes o líderes que están empleando esta línea de pensamiento, ya no solo llegan al poder por medio de la fuerza, sino que usan las elecciones para acceder a él y luego emplean distintos medios para permanecer allí.  Las invitaciones cargadas de odio a que los ciudadanos se manifiesten, apoyadas por los gobiernos o líderes nacionales, en asocio con la persecución de quienes no los apoyan, pero usando la estructura del estado para ello, se volvieron comunes para darle vida a la idea de conservar el poder para el pueblo.  Y en ese escenario no se distinguen corrientes ideológicas, pues algunos son de izquierda y otros de derecha.  

    Es conclusión, hay amenazas de guerra constantes a lo largo del mundo, asociadas o por lo menos alentadas por la violencia verbal o por las acciones de los líderes que presentan sus intereses como derechos propios innegociables. 

    El problema es que, al poner a la fuerza y la violencia como la primera opción, lo que se está diciendo es que lo importante son los objetivos y no los medios, que los resultados van más allá de los instrumentos, que los intereses particulares están por encima de los colectivos y que no importan los demás actores mientras se logren conseguir las metas de quién tiene el poder. En este escenario atacar, agredir, matar, mentir, engañar, incumplir o robar es perfectamente válido.   

    Y naturalmente estas ideas y acciones producen un efecto directo sobre cada uno de los ciudadanos, empresas y países de la tierra, afectando la seguridad global, nacional y local, además de la humana. Acá el simple principio de que la violencia produce innumerables beneficios y que es cierto que el fin justifica los medios, perjudica, entre otros temas, a las economías lícitas, pues estas se desdibujan frente a las ilícitas. Y si la ley, los compromisos, los acuerdos o los tratados no son cumplidos por los grandes dirigentes y los países del mundo, entonces se abre una gran puerta para que los demás actores tampoco lo hagan.

    En segundo lugar, el diálogo político está logrando muy poco frente a esta realidad y los instrumentos con los que cuenta la sociedad actual son pocos e inefectivos, para tratar de darle un giro a esa situación. Además, parece que se pueden emplear cínicamente las instituciones democráticas para agredir a otros o para lograr los objetivos de quién tiene el poder inmediato.

    Finalmente, la visión positiva en la solución de los conflictos internacionales o nacionales, basada en el diálogo, la diplomacia, el debate, y por extensión en las normas que surgen de ellos, parece estar abandonándose o imponiéndose, como el eje de la vida civilizada. 

    Y en el caso de la comunidad internacional el tema es más grave, pues las conversaciones, las asambleas, los encuentros y las cumbres donde se fijan acuerdos y tratados y resoluciones parecen no tener mayor efecto. Esto sucede porque no hay compromisos reales de cumplirlos y porque si los estados involucrados no están dispuestos a someterse a los llamados de atención de los asociados o si son aliados de esas mismas potencias, pues entonces se hacen inocuas las sanciones. 

    Mauricio Diagama DuránConsultor empresarial y autor de numerosos escritos sobre temas de geopolítica, geoeconomía y relaciones internacionales. 

    (Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen únicamente al autor y no reflejan necesariamente la política editorial ni los puntos de vista de World Geostrategic Insights).

    Crédito de la imagen: AP

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