CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ 

    Se suele considerar a la filosofía como el nivel más alto del conocimiento humano, pues a diferencia de la ciencia, que solo pretende abstraer y estudiar una parte del fenómeno, la filosofía tiene vocación holística, esto supone entender la realidad como un todo.

    En ese orden de ideas, la filosofía práctica tiene dos grandes vertientes, por un lado la ética, que constituye la reflexión del pensamiento del hombre consigo mismo, y la filosofía política, que tiene como eje central de reflexión el poder y los mecanismos para controlarlo, así dentro de esta última se suele considerar como el padre de la filosofía política moderna a Thomas Hobbes el cual en 1651 publica un libro, el cual sienta las bases de la reflexión para los futuros filósofos del derecho y la política, denominado “Leviatán”, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, cuyo sugerente título hace referencia al monstruo marino de la teología judeo – cristiana que habitaba en los abismos, y cuyo poder hacía temblar a los mismos ángeles, en semejanza al poder que personifica y ejerce el Estado con sus ciudadanos

    Sobre el control constitucional del poder

    La tesis de Hobbes en el Leviatham se sustenta en una verdad a priori, al cual denomina homo hominis lupus ist el cual traducido al idioma de Cervantes vendría a significar que el hombre es lobo de hombres, afirmación que encierra una verdad antropológica, que el mayor peligro para el ser humano no lo constituye las fieras de la naturaleza, ni los fenómenos climatológicos, ni siquiera aún, las enfermedades contagiosas, por el contrario sentenciaba Hobbes, que más hombres han caído por la mano homicida del prójimo, que por causas fortuitas y naturales, ahora bien, si hacemos un recuento histórico célere podremos advertir con cierto horror que el instinto de violencia ha permanecido latente desde aquel tiempo, en el cual se escribía el Leviatham, hasta nuestros días, con momentos de irracional apogeo como en 1914 y 1945 durante las grandes guerras hasta en épocas actuales del modernismo tardío donde en países de Latinoamérica, como Honduras (6,2), el Salvador (3,3) y Brasil (1.8) tienen un porcentaje sumamente alto de mujeres asesinadas en el marco de violencia basada en género por cada 100 mil habitantes, y otros en donde la cifra ha comenzado a subir a pesar de los esfuerzos por reducirlas como en Argentina (1.1) y Perú (0.8) (1), ejemplo terrible con el cual se acredita que la violencia constituye aún, lamentablemente, parte circunstancial de la naturaleza humana, razón por la cual la necesidad de un Estado garante del orden y justicia se hace más necesario, así uno de los padres del constitucionalismo norteamericano John Madison refería lo que vendría a ser más tarde el eje por el cual se desarrollaría la ciencia política y el derecho constitucional:

    En una sociedad de ángeles no sería necesario un gobierno, así en una sociedad de hombres gobernada por ángeles no sería necesario un control del gobierno, pero una sociedad de hombres gobernada por hombres resulta imprescindible el control del poder (2)

    Esta tendencia natural de la humanidad hacia la violencia, refiere Hobbes, obligó al hombre a vivir en una guerra constante, en una guerra de todos contra todos, pues al no existir orden, y menos aún derecho, no existía la justicia, razón por la cual la única ley posible, era la ley del más fuerte, el de tomar justicia por mano propia constituía el único derecho de aquel que se sintiera ofendido por su semejante; sin embargo, como esta justicia por mano propia no respetaba ningún criterio de razonabilidad y menos aún de proporcionalidad, la civilización era imposible que sobrepasara pequeñas tribus o comarcas, pues toda organización compleja requiere orden, entonces a la pregunta ¿Cómo es posible que de un momento a otro las pequeñas tribus entre el Tigris y el Éufrates pudieran de un momento convertirse maquinarias civilizadoras como las que fueron las Ciudades-Estados Griegas de Pericles, o el Imperio Romano de Julio César? la respuesta quizá la encontremos en la aparición del Estado y del derecho como mecanismo de control. Hobbes refería, haciendo referencia a las causas de la aparición del Estado, que el deseo del hombre por justicia, lo obligó a ceder su facultad natural de ajusticiar por mano propia (autotutela) y cederla a un tercero (heterotutela), el cual se encargaría de administrar justicia entre las partes en conflicto, con lo cual podríamos afirmar, que el juez constituye el primer funcionario del Estado, pues en este radicaba la función más importante de toda civilización, esto es administrar justicia, y que hoy se suele denominar tutela judicial efectiva.

    La facultad de administrar justicia constituye el núcleo duro en el cual se sustenta el Leviatham moderno, pues en ella el Estado hace sentir su poder sobre le ciudadano, despojándolo de sus derechos si es considerado responsable, pudiendo privársele de su propiedad, de su libertad, e incluso, su vida misma cuando se le encuentra culpable, ahora bien, el poder tiende a expandirse, razón por la cual aunado a la función de administrar justicia, el Leviatham tomó para sí las facultades de legislar y la de gobernar, recayendo estas tres funciones en una sola persona durante la alta edad media, tal es el caso que el soberano tenía dentro de sus funciones gobernar, legislar y administrar justicia (recordemos a Luis XIV y su clásico L’État, c’est moi); sin embargo, estando que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, en 1789 se les ocurrió a los revolucionarios franceses dividir al Leviatham en tres, cuyos rezagos hoy conocemos como Gobierno, Parlamento y Judicatura, diseñadas bajo las ideas ilustradas de Rousseau, plagiadas en parte de John Locke del Segundo Tratado del Gobierno Civil, es así como hoy en día podríamos afirmar que el Leviatham hobbsiano se mantiene incólume, pues no existe dentro de la civilización poder ordenador más grande que el propio Estado (sin confundirlo claro está con gobierno, que son categorías distintas).

    Habiendo creado el hombre al Leviatham a su imagen, y puesto a gobernantes bajo su dirección, se genera una paradoja con el hecho que el fin del Estado radica en la protección de los derechos de los hombres (vida, libertad y propiedad, entre otros); sin embargo, siendo que el poder tiende a expandirse, se genera una situación contra intuitiva con el hecho que el Estado que debiera ser en la teoría el principal defensor de los derechos de sus ciudadanos, en la práctica, y más aún en jóvenes democracias como las latinoamericanas, el Estado se convierte en el principal vulnerador de derechos de sus ciudadanos, así a manera de ejemplo, a grandes rasgos cada vez que la Judicatura dicta una prisión preventiva y manda a la cárcel a un no culpable sin realizar una debida motivación, sin considerar la presunción ni inocencia y menos aún reflexionar que la cárcel solo debiera ser la última ratio del Estado para enfrentar la criminalidad, el Estado está fallando, así cada vez que el Gobierno establece políticas públicas en donde en abierta vulneración a los principios de igualdad y racionalidad establece regímenes laborales diferentes, de tal suerte que dos personas que realizan las mismas funciones y tienen la misma capacitación, a uno se le otorga estabilidad y beneficios sociales, y al otro se le considera un poco más que un medio de producción, sin los más mínimos derechos a la estabilidad y beneficios sociales, el Estado está fallando, así cada vez que el Parlamento, emite leyes en el mal denominado populismo legislativo penal, cuya finalidad no es combatir de manera inteligente y científica el crimen, sino sobrecriminalizar conductas en base al aplausos de la opinión pública y de ciertos grupos ideologizados, convirtiendo al ser humano en un objeto de derecho, despojándolo de humanidad y convirtiendo a la justicia, no es instrumento de redención, sino de venganza, el Estado está fallando, esta situación de mantenerse y aún de empeorar podríamos caer en lo que Huntington denominaba espejismo de inmortalidad, así:

    En la historia de las civilizaciones, la historia termina al menos una vez, y más veces, cuando aparece el Estado universal de la civilización, sus gentes quedan cegadas por lo que Toynbee llamaba el espejismo de la inmortalidad, convencidos de que la suya es la forma final de la sociedad humana (…) sin embargo, las sociedades que suponen que su historia ha terminado son, habitualmente, sociedades cuya historia está a punto de empezar a declinar (3).

    A modo de conclusión

    El Estado como toda creación humana es un producto inacabado, en perpetuo devenir, ello implica que el cambio de las instituciones sociales, en especial las políticas y jurídicas deben ser guiadas por la ciencia y razón, y no por la ideología y la pasión, estando así las cosas ¿Cómo controlar al Leviatham?, la respuesta probablemente la debamos buscar en el derecho, para ser específico en el derecho constitucional, la cual pudiera ser definida de la mejor manera como “un instrumento de control del poder” ello debido a que la Constitución Política no es más que el mejor intento realizado para controlar al poder político del Leviatham Estatal, así cada vez que un juez emite una sentencia vulnerando los derechos fundamentales, cada vez que el gobierno ejecuta una política pública contraria al texto de la carta fundamental, y cada vez que el legislador emite una norma contraria al espíritu de nuestro código político, la Constitución debe constituir el baremo por el cual todo intento de abuso de poder, y mejor aún, de vulneración de derechos fundamentales deba quedar proscrita, por ello, recordando a Hobbes,  la función primordial del Estado moderno hoy en día radica en la garantía del control del poder, y siendo que el poder no pude controlarse así mismo, esta debe recaer sobre un Tribunal o Corte Constitucional, ajena al poder en mérito  a su elección, y cual deberá tener como horizonte y guía la del juez Hércules de quien hablaba Ronald Dworkin, y mejor aún la de un juez Júpiter, de quien refiere François Ost, siendo esta última una garantía de avance perpetuo de la civilización, por ello concordamos con el profesor Carlos Santiago Nino cuando afirmaba que “el ideal de una democracia liberal es que entre el individuo y la coacción estatal se interponga siempre un juez. Pero para ejercer este papel no basta que haya funcionarios que se denominan jueces, sino que aquellos satisfagan condiciones de independencia respecto de los demás poderes del Estado” (4).

    CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ
    CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ

    AUTHOR: CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ (Bachiller en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima -Perú), Licenciado en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Maestro en gestión de políticas públicas por la Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima – Perú), Candidato a doctor en filosofía en la especialidad de filosofía política – ética por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Especialista en derechos humanos y políticas públicas)

    (Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de World Geostrategic Insights)

    Share.