Por: CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ

    Desde la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, la democracia es considerada como el único modelo político viable para las sociedades modernas, esto a mérito de que supone la evolución y superación histórica de otros modelos políticos fallidos como el comunismo y el fascismo, ambos como expresiones polarizadas del totalitarismo político.

    Ahora bien, la democracia occidental moderna, como sistema político se sustenta y legitima principalmente en la confianza existente entre gobernantes y gobernados, esta confianza se institucionaliza por intermedio del voto y la elección popular, tal es así que una de las características principales de nuestro sistema político democrático radica en la elección periódica y universal de los más altos cargos de dirección al interior de la Administración Pública.

    Ante dicha problemática diversos gobiernos alrededor del mundo occidental (y en menor medida los no occidentales) se han visto obligados a crear y diseñar instrumentos políticos –  jurídicos que permitan a las instituciones y organismos estatales prevenir, investigar y sancionar conductas reprochables de funcionarios públicos, con mayor interés en los altos funcionarios del Estado, de tal suerte limitar conductas prohibidas (desde contravenciones hasta delitos), lo cual ha pasado por aumentar las penas para los delitos contra la Administración Pública, adoptar sistemas procesales más dinámicos y efectivos que permitan luchar contra la corrupción, entre otras medidas tanto a nivel penal como administrativo

    La corrupción constituye, en realidad, un fenómeno muy amplio y variado, que comprende actividades públicas y privadas. No se trata solo del tosco saqueo de los fondos públicos por parte de funcionarios como usualmente se asume, la corruptela comprende el ofrecimiento y recepción de sobornos, la malversación y la mala asignación de fondos y gastos públicos, la interesada aplicación errada de programas y políticas, el fraude electoral y otras transgresiones administrativas (1).

    Estado liberal y sistema de gobierno

    El Estado como entidad jurídica – política es una de las creaciones más importante realizadas por la humanidad, pues por intermedio de ella hemos podido canalizar, racionalizar y concretar el esfuerzo humano en logros que hubieran sido imposibles para los individuos aislados, tal es así que las obras de la antigüedad que hoy nos sustentan como civilización, son en mayor o menor medida realizaciones y empresas que nacieron como consecuencia de la existencia de un Estado, que concretizo el poder político y ejerció su monopolio sobre toda la sociedad:

    El poder político es el único que se puede ejercer sobre la comunidad entera, a diferencia del poder económico, del poder religioso o del poder sindical. El poder es multiforme e incluye desde la jefatura de una organización de cualquier tipo hasta la burocracia (2).

    En ese orden de ideas, si bien los grandes paradigmas de la historia de la humanidad son hechos por hombres, su concretización hubiera sido imposible sin un poder central que las diseñe, construya, dirija, y si esto era cierto en los Estados antiguos, con mayor razón en los Estados modernos, pues son estos en última instancia son los que han hecho posible y logrado concretizar los hitos de nuestra cultura, como ser la primera especie de este planeta que puede mandar sondas a mundos lejanos, los avances en genética, la clonación, así como la revolución en telecomunicaciones y la internet, esto evidencia que el mayor mecanismo – a nuestro leal entender – con el que cuenta nuestra especie para asegurar la supervivencia de nuestra civilización, es el Estado como entidad política – jurídica, pues este canaliza y racionaliza el esfuerzo humano hacia objetivos determinados, en la medida que tiene el monopolio y dominio del poder político, el cual constituye el núcleo duro del conocer de las ciencias sociales:

    El concepto fundamental de ciencia social es el poder, en el mismo sentido en que la energía es el concepto fundamental de la física. Como la energía, el poder tiene muchas formas: la riqueza, los armamentos, la autoridad civil, la influencia en la opinión (3).

    Lo señalado no debe suponer que el Estado per se constituya un bien en sí mismo, a mérito de ejemplos históricos como las la conquista y exterminio por parte de los Europeos en América, Asia y África, así como barbaries de la Primera y Segunda Guerra Mundial, los cuales han sido posible paradójicamente por líderes nefastos enquistadas en los aparatos de poder su sus Estados, lo que nos lleva a la conclusión de que el Estado es un instrumento que puede ser utilizado por fines altruistas o viles ambiciones, de hecho el instrumento más poderoso creado por nuestra civilización humana.

    Los retos de la civilización occidental

    En la actualidad nuestra civilización ya no se encuentra enfrentando las tiranías de la dictadura, ni los peligros de una guerra o invasión; no obstante, existe un peligro que aún amenaza a la democracia como sistema político, debido a que por extraño y paradójico que parezca el principal enemigo de la democracia, no proviene de modelos políticos alternativos como lo fue en su oportunidad el fascismo o el comunismo, sino que el principal elemento hostil a este sistema político se gesta al interior de él mismo, refiriéndonos con ello a la corrupción, pues este fenómeno debilita los cimientos sobre los que descansa los andamiajes de la democracia como sistema político, ello implica la destrucción de la confianza gobernado – gobernante, de tal suerte que, aquellos que son elegidos democráticamente (entiéndase por voto popular) al cometer actos irregulares (corrupción y otras contravenciones), no solo sobrellevan posteriormente consecuencias punitivas sobre el agente que cometió tal hecho ilícito (como los años de prisión y consecuencias accesorias que le espera por dichas prácticas irregulares), sino que también sus acciones trascienden y debilitan el sistema democrático en su conjunto, en ese contexto donde cada vez parece más familiar el convivir con la corrupción y otras prácticas que dan cuenta de una falta de integridad (4).

    En ese sentido la virtud, siguiendo a Aristóteles, puede ser obtenida guiándose por la razón, y esta se encuentra en el término intermedio, casi aritmético, entre los extremos de dos vicios opuestos, en consecuencia el gobernante virtuoso será aquel que actúe con virtud, es decir que actúe conforme a la naturaleza que le es privativa a los humanos, esto es la razón, ergo, una decisión virtuosa será aquella que se tome bajo los mandatos de la razón, desprovista de pasión. Por ello el gobernante virtuoso tomará y utilizará todas las demás ciencias (jurídicas, económicas, sociales, etc.) al servicio del bien común, razón por la cual la política es la ciencia regia, la más importante, pues su éxito constituye el bien común de toda la sociedad y del Estado:

    Desde el momento que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y legisla sobre lo que debe hacerse y lo que debe evitarse, el fin que le es propio abraza los de todas las otras ciencias, al punto de ser por excelencia el bien humano. Y por más que este bien sea el mismo para el individuo y para la ciudad, es con mucha cosa mayor y más perfecta la gestión y la salvaguarda del bien de la ciudad. Es cosa amable hacer el bien a uno solo; pero más bellas y más divinas es hacerlo al pueblo y las ciudades. A todo ello, pues tiende nuestra indagación actual, incluida de algún modo entre las disciplinas políticas (5)

    Por ello existe una intrincada relación entre política y ética, en la medida que constituyen dos caras de un mismo fenómeno, pues mientras la ética es el actuar virtuoso, conforme a la razón con uno mismo, la política constituye ese mismo actuar basado en la razón, con la sociedad, siendo que, en ambos casos, las acciones se encuentran enmarcadas con el derecho, como mandatos mínimos de eticidad.

    BIBLIOGRAFÍA

    1. QUIROZ Alfonzo, La Corrupción en el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1º Edición, 2013.

    2. FERRERO REBAGLIATI Raúl, Ciencia Política, Editorial Griley, Lima, 8° Edición, 2003.

    3. RUSSELL Bertrand, El Poder, Editorial RBA Libros, España, 2017.

    4. ARENDT HANNAH, Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, Editorial De Bolsillo, Madrid, 2016.

    5. ARISTÓTELES, La Política, Editorial Porrúa, México, 21° Edición, 2007.

    CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ
    CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ

    AUTHOR: CRISTHIAN HUGO GUTIÉRREZ DE LA CRUZ (Bachiller en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima -Perú), Licenciado en ciencia política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Maestro en gestión de políticas públicas por la Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima – Perú), Candidato a doctor en filosofía en la especialidad de filosofía política – ética por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), Especialista en derechos humanos y políticas públicas)

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